Abrió los ojos, una gota
estaba resbalándole por la mejilla hasta alcanzar su mentón y caerse al suelo.
Sus manos estaban entrelazadas alrededor de sus rodillas y sus pensamientos
habían dejado el bosque hace tiempo.
‘He oído que el diablo
visita el cielo de vez en cuando, ¿recuerdas?’
Sí, lo recordaba
perfectamente, hace dos meses había oído una conversación entre El Jefe y su
hijo, Sam. Él estaba asustado y esperando consuelo de su padre fue a decirle lo
que había visto, El Jefe le soltó la frase y se marchó a una reunión. Pero,
¿qué tenía que ver todo eso con ella? El cielo es un lugar seguro, se lo
prometieron, ¿cuándo vio al diablo por allí? Nunca, debía haber un error.
Había empezado a llover,
estaba oscureciendo y la niebla era cada vez más espesa, tenía que encontrar un
lugar para dormir o nunca averiguaría qué hacía allí. Se levantó temblorosa y
magullada, sus manos estaban llenas de sangre seca y las rodillas presentaban
dos moratones recién hechos. Se miró
confusa hasta que recordó su ataque, quería morir, quería rendirse y no podía,
algo o alguien no la dejaba. Empezó a andar y soltó un suspiro de dolor, el
frío había resquebrajado sus huesos, estaba más débil de lo que imaginaba y
volvió a sentarse debajo de un árbol. Quitó unas hojas secas y se tumbó dejando
el árbol a un lado, puso sus manos
encima del pecho y cerró los ojos. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia pero
no estaba asustada, si así era su final tenía que aceptarlo.
Intentó pensar en cosas
felices y no pudo, así que se conformó con sentir cómo era consumida por el
agua, el viento, la niebla, el bosque… Ya quedaba poco, lo notaba, sus últimas
chispas de vitalidad desaparecían, su esencia celestial se apagaba, su vestido
se volvía negro y, de repente, silencio. No, un susurro, más bien, un suspiro:
-Mantente viva, no le dejes
ganar, Sara despierta.
Ann.